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  • Foto del escritorJuan Bauzá

UNA MODESTA PROPUESTA URBANA


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Demolicion costera

Es cosa triste para quienes pasean por las avenidas Isla Verde, Ashford y McCleary saber que el mar se encuentra ahí justo, al alcance incluso del oído, y sin embargo no poder disfrutar de su visual espectáculo, ni de su brisa de yodo sanador ni de la visión de sus grandes playas amarillas. Lamentable resulta para el ciudadano común y corriente tener que conformarse con las así llamadas ventanas al mar, esas efímeras aperturas en la muralla que tanto se celebran, por cuyos intersticios apenas presentimos la colindancia del cuerpo marino y sus virtudes casi nos rozan. Es cosa patética además movernos por estos calurosos túneles de concreto, estas vías inanes abarrotadas de tantos negocios al gusto del turista burdo y cervecero, pudiendo pasear por bulevares amplios y un descomunal malecón, parte piedra parte amplias playas, que serían sin duda el corazón de una ciudad que acepta otra vez su mar, las vías centrales y emblemáticas no sólo de la ciudad capital, sino de toda una nación que se siente nacer o renacer de sus ruinas.

Cada día que pasa se comenta más la pobreza intelectual y visión macarrónica de quienes permitieron la construcción y desarrollo público y privado de la costa de San Juan, bloqueando con esto el acceso a la posibilidad de un paisaje único, que pocas ciudades en el mundo podrían superar. Nada más pongámonos en la mente la imagen de una monumental avenida de enormes árboles y palmas en su eje central, que arranca desde el Puente Dos Hermanos sin interrupción hasta Piñones, y colinda por el lado del mar con un gigantesco paseo, parte moderno malecón frente a la costa rocosa, parte acera enorme de coloridos diseños frente a las playas arenosas, y por el otro lado con un frente urbano, redesarrollado acorde con el nuevo frente marino, que sin duda será el foco de una ebullición y regeneración social nunca vista en el país. El dislate de los planificadores responsables de que hoy no gocemos de esta maravilla de ciudad imaginada no deja de perturbarnos hoy la conciencia a los puertorriqueños y ser motivo de bochorno urbano a nivel internacional. Creo que es unánime el consenso en nuestra población de que esta muralla de edificaciones separa a la Ciudad Capital de su recurso natural primordial, y representa, a nivel simbólico y colectivo, una negativa a mirar hacia adelante y observar el futuro ineluctable.

Creo que todos los partidos están de acuerdo en que esta calamidad no tiene que ser un error urbano permanente, y que debemos ponernos de acuerdo en cuanto a un plan osado, enérgico, que corrija el entuerto y transforme de raíz nuestra principal urbe. Algunos han argumentado a favor del fenómeno de la licuación de arena, es decir, de permitirle al Gran Terremoto (que nos viene pisando los talones) que haga su trabajo de demolición gratuita y convierta en un montón de escombros estas edificaciones del Condado e Isla Verde, construidas casi todas sobre arena. Aunque el ahorro en indemnizaciones a pagarse y en trabajo de demolición sería considerable, a los más sensatos nos ha ofendido el completo desprecio por la vida humana que representa esta opción y nos inclinamos a favor de un plan de corrección mucho más agresivo, que además salvaría vidas y evitaría la destrucción desenfrenada. Estoy seguro que quien proponga un método razonable, económico y veloz para remendar esta burrada urbana, merecerá en días venideros tanto agradecimiento del público como para que se le erija una estatua como Salvador de la Patria…

Pero no es en ánimo de adjudicarme estatuas que he volcado mis pensamientos durante muchos años sobre este importante asunto, y sopesado maduramente los pros y los contras de una solución a este estorbo público, que afectará, no obstante, la vida de un pequeño grupo de compatriotas que actualmente ocupan esta zona. Salvados pues los últimos escollos de mi propuesta, resueltas sus partes todas y lista para su presentación pública, me complace presentarle a las autoridades concernidas un plan de acción tan lógico y razonable que resultará negativo a la buena reputación de cualquier inteligencia no acogerlo. Este plan cambiará de forma radical y en muy corto tiempo (antes de que ocurra el cataclismo telúrico, esperamos) el aspecto, la vida y la actitud de nuestra principal urbe, para convertirla en una de las principales ciudades hasta ahora conocidas.

El primer paso, sin duda el más sencillo, será obtener del Gobierno una ley de consenso tripartita para expropiar, de un grueso plumazo, toda la propiedad horizontal y vertical ubicada entre las mencionadas avenidas y el mar. La ley concederá a los residentes y comerciantes de este sector un periodo de gracia de dos años para trasladar sus residencias o negocios fuera de la zona referida, adjudicará cierta indemnización económica a sus dueños (a la que se le ha restado lo que vale en metálico la aquiescencia patriótica que ha de henchir los corazones de estos buenos ciudadanos), quienes aceptarán tarde o temprano que la medida, aunque un poco drástica, rescatará a la moribunda ciudad de la ignominia total como capital del futuro país al que aspiramos.

Conciente de la crisis de vivienda que esta iniciativa crearía en la Capital, es imperativo que las autoridades, cuando menos unos años antes del acontecimiento, encaminen la construcción de proyectos de vivienda de interés social, en los cuales las personas desplazadas por el evento tendrán la primera opción de compra, de forma que al término del periodo de desocupación no haya excusa para que nadie permanezca con las uñas clavadas a los marcos de sus antiguas puertas. En todo caso el gobierno, durante los días previos al evento, se encargará de construir campamentos provisionales para albergar a aquellos refugiados del suceso que hayan tenido que ser desalojados por la fuerza, asunto penoso que, no obstante, casi siempre ocurre, tengo entendido, en este tipo de eventos masivos. Me permito sugerir el estacionamiento de Plaza de las Américas como lugar idóneo para este propósito…

El periodo de desalojo será asimismo un periodo de gran planificación para las autoridades, durante el cual desarrollarán, primero, el plan de demolición sistemática de esta enorme zona, segundo, el plan de recogido expedito de escombros y su disposición adecuada, y por último el Plan Maestro para el desarrollo del sector, que tal vez sea la transformación urbana más dramática que se haya visto desde que el Barón Haussman hiciera la suya de la capital francesa apenas ciento cincuenta años atrás. Aunque la elaboración de este Plan Maestro (labor que incumbe a arquitectos y planificadores especializados, por favor) es la razón central y aspecto más brillante del proyecto, y requeriría todo un ensayo adicional para discutirlo, la demolición es sin duda el aspecto más engorroso de todo el plan.

Se me ha informado que, en su momento, será la demolición más grande que jamás se haya realizado, por lo que podríamos —se me ocurre— vender los derechos exclusivos de transmisión televisiva al resto del mundo y pagar con las ganancias parte del millonario proyecto. Además, en términos simbólicos, es un evento contundente: Puerto Rico derriba la muralla que le obstruye, se abre al mar y al mundo… Dicho sea de paso, no estaría nada mal coordinar para que el derrumbe de la actual colonia política coincida con esta demolición monumental, para la cual requeriremos, desde luego, ayuda internacional, muy probablemente japonesa, alemana o china.

En lo que toca a la remoción de escombros y recirculación de materiales, me asegura un joven americano que conozco, muy entendido en la materia, que la mole de concreto demolido que resulte de este proceso podrá reciclarse de forma pronta y efectiva, e incorporarse sin mayores contratiempos al mercado de la construcción que alimenta la voracidad de cemento de nuestros compatriotas. He elaborado inclusive la idea de establecer, en un punto central de la Isla (Caguas, por ejemplo), un Depósito Nacional de Escombros, que contará con la maquinaria necesaria para de nuevo hacer utilizable el material colapsado. Sería incluso conveniente, para darle un impulso al Depósito y que no se convierta en un Monumento al Desperdicio, aprobar una ley adicional que prohíba la venta de cemento importado hasta que se haya agotado el Depósito Nacional, que no pienso serán más de seis meses. ¿Es que a alguien le puede parecer inapropiada tan sensata veda por tan corto tiempo, en lo que reprocesamos nuestro detritus, nuestras propias heces cementales? Es más, construyamos de concreto reciclado el Gran Malecón de San Juan de Puerto Rico.

Es cosa de discretos y sabios enmendar errores del pasado que impiden un mejor futuro, incluso cuando la solución resulte, a primera vista, un asunto descabellado. Es mi opinión, y también la de muchos otros, que un proyecto como el aquí esbozado representa un intento mucho más sensato al asunto del derrumbamiento del frente costero de la capital que el proyecto alterno de dejárselo a las manos bruscas de un temblor de tierra, que ni anuncia el día de la demolición ni le interesa el orden de la misma. Pero sea de una u otra forma que ocurra, nadie duda hoy que los beneficios de ambas iniciativas para la Capital y la población puertorriqueña serán muy superiores a la dificultad que éstas acarreen. Aquí, por tanto, dejo este plan de acción urbana, el cual, dada su ecuanimidad, lógica implacable y honda ponderación, confío será atendido por las autoridades concernientes con total prontitud. Ah, y además, nada de estatuas, por favor, porque soy persona modesta y de mi casa…

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