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  • Foto del escritorJuan Bauzá

LUTO PERPETUO


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En la media que aumentan las poblaciones aumentan los actores sociales destacados que contribuyen al bienestar general de los pueblos. Sigue, por lógica natural, que mientras más actores sociales destacados haya más actores sociales destacados fallecerán, los cuales la sociedad estará continuamente reemplazándolos con nuevos actores que surgen y se destacan de entre los más jóvenes. Es por ello que una sociedad, por muchos que sean sus hombres y mujeres destacados, no puede declararse en duelo cada vez que uno de éstos pasa de este mundo al siguiente. Por una parte, se corre el riesgo de estarse casi todos los días del año en semejante trance; por otra, tal sobreabundancia le restaría solemnidad al acto, pues cuando todo el mundo es demasiado especial significa que ya casi nadie lo es.

Paso frente al Capitolio todos los días, y ayer domingo, como ocurre cada vez más a menudo, las banderas ondeaban a media asta en señal de que el gobierno y, por ende, el pueblo de Puerto Rico, se encuentran en estado de luto nacional. Por lo común me mantengo bastante atento a las noticias y actualidades, pero hoy no pude siquiera especular qué persona era la fallecida que tan solemne reconocimiento merecía o cuál el evento catastrófico que aquella actitud contrita y tristeza general ameritaba. Por mucho que escarbé en la memoria de las noticias recién leídas o escuchadas, y por mucho que googueleé el asunto, no pude encontrar motivo alguno para aquella tristeza salvo el retiro de Derek Jeter de las Grandes Ligas, razón que no me pareció de suficiente peso.

Recordé entonces que Pedro Rosselló, en su loco afán por detener la ola criminal del país que le tocó gobernar, convirtió su incompetencia en culpa colectiva declarando por ley tres días de luto nacional cada vez que un agente de la policía perdía la vida en el cumplimiento de su deber. Recordé también que las penas y tribulaciones del país del norte eran, por ley también, por obligación, nuestras penas y tribulaciones, y que cuando el Presidente de los Estados Unidos declaraba su luto nacional, también nos aplicaba a nosotros, por muy desafiliados que estuviéramos de aquellas penas. Y si a esto le sumamos nuestros hombres y mujeres ilustres (científicos, artistas, deportistas, políticos, etc.), a quienes sí reconocemos, cuyas obras nos son familiares y cuyas muertes, cada vez más frecuentes, relevantes, y le añadimos que cada luto es de tres días mínimo, estamos hablando de básicamente quedar atrapados en una concatenación incesante de lutos que se superponen e intercalan y que nos tiene rendidos en un estado perpetuo de zozobra colectiva.

Pero tal vez sea inevitable mantenernos así, en este duelo perenne, porque cuando no es por la pena de perder a la muerte a quien mucho valió en vida, es por la pena de ver cómo desbarran en vida quienes pretenden por sus acciones ser elegibles a luto nacional a la hora de su muerte.

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