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  • Foto del escritorJuan Bauzá

Las memorias de Adriano y la profecía de los zelotes

Actualizado: 30 mar



Nadie puede afirmar que la novela histórica sea fuente inexpugnable o documento imprescindible para entender la verdad histórica. Sin duda, la intención o pretensión del novelista es distinta a la del historiador, embarcado uno en la búsqueda de la verdad subjetiva, la artística, y el otro en búsqueda de la verdad objetiva, la histórica. El surgimiento del estudio de la historia está ligado a ese proceso de separar la verdad objetiva de la subjetiva. Sin duda, el subgénero literario de la novela histórica está más cerca de los textos de Herodoto, el historiador original, que de los textos de historiadores contemporáneos. En el campo de la historia se busca deslindar ambas verdades, mientras que en el de la novela histórica ambas verdades, histórica y artística, buscan encontrarse, y es precisamente en esta unión de propósitos que se da su magia distintiva. De hecho, quien lee una novela histórica confía en que, para considerase histórica, además de ubicarla en tiempos pretéritos, el autor nos ofrece una visión estudiada y certera de la época, costumbres, cultura, eventos, en fin, del pasado histórico que nos quiere narrar en toda su complejidad. En aras de la verosimilitud y de la vida humana que pretende convocar, casi por regla la novela histórica contiene mucho más detalle y entresijo que el texto histórico que narra el mismo suceso. De modo que el novelista, para lograr su propósito, ha debido convertirse en un verdadero erudito del periodo histórico en el cual ubica su obra y de los eventos que pretende narrarnos. Es decir, como parte de su labor preparatoria, el buen novelista ha tenido que ser historiador primero.

Algunas novelas histórica logran su cometido de forma tan cabal, ofreciendo una visión tan completa, abarcadora y correcta (verosímil) del periodo que le incumbe, que vale acudir a ellas para conocer más a fondo los eventos históricos. Podría mencionar muchas, pero aprovechando el momento histórico que vive el mundo, destaco la grandiosa novela de Marguerite Yourcenar Las memorias de Adriano, cuyo protagonista, el emperador romano Adriano, es uno de los personajes más fascinantes de todos los tiempos. Pocos documentos históricos o primeras fuentes ofrecen una visión tan cabal de un personaje histórico como la que Yourcenar presenta en su obra, fundiendo magistralmente erudición con imaginación. Publicada en 1951 y traducida al español por Julio Cortázar, es tal vez una de las novelas históricas mejor investigadas y más enjundiosa que se hayan escrito jamás, y, en términos artísticos, también una de las más hermosas.

En cuanto a la historicidad de la novela y la realidad actual del mundo, vale comentar las secciones donde Adriano describe su guerra contra los zelotes de Palestina y sus reflexiones sobre el judaísmo extremista que en la Roma de entonces causó grandes estragos. Los zelotes fueron los miembros de un movimiento intransigente judío surgido en el primer siglo después de Cristo, con raíces en el antiguo extremismo judío del cual el Viejo Testamento da cuenta detallada. Y dentro de los zelotes, ala extremista de los judíos, existía una más extremista todavía, los sicarios, cuyo nombre hacía referencia a la sica, un cuchillo corto que se escondía sin cuidado bajo las túnicas y servía para asesinar con facilidad y discreción. Se cree que Judas Iscariote no solo fue zelote sino sicario. El origen del concepto moderno de asesino a sueldo que convoca la palabra que conocemos es casi idéntico al concepto original de asesinos por el sueldo de la ideología zelote.





Adriano intervino en lo que se conoce como la Tercera Guerra judeo romana, también conocida como la rebelión de Bar Kojba, ocurrida en los años 132-136. Entre las reflexiones, ficticias por supuesto, que hace Adriano en la novela sobre la cuestión judía, vale destacar las siguientes:

 

“Ya lo he dicho, nada de eso era irreparable, pero sí lo eran el odio, el desprecio recíproco, el rencor. En principio, el judaísmo ocupa su lugar entre las religiones del imperio; de hecho, Israel se niega desde hace siglos a ser sino un pueblo entre los pueblos, poseedor de un dios entre los dioses. Los más salvajes dacios no ignoran que su Zalmoxis se llama Júpiter en Roma; el Baal púnico del monte Casio ha sido identificado sin trabajo como el Padre que sostiene en su mano a la Victoria, y del cual ha nacido la Sabiduría; los egipcios, tan orgullosos sin embargo de sus fábulas diez veces seculares, consienten ver en Osiris a un Baco cargado de atributos fúnebres; el áspero Mitra se sabe hermano de Apolo. Ningún pueblo, salvo Israel, tiene la arrogancia de encerrar toda la verdad en los estrechos límites de una sola concepción divina, insultando así la multiplicidad del Dios que todo lo contiene; ningún otro dios ha inspirado a sus adoradores el desprecio y el odio hacia los que ruegan en altares diferentes.”

 

Y tras varias páginas que describen en detalle la guerra contra los zelotes y su fanatismo irascible, Adriano, hablando de sí mismo, concluye con esta frase profética:

 

            “Si dieciséis años de reinado de un príncipe apasionado por la paz culminaban con la campaña de Palestina, las perspectivas pacíficas del mundo futuro no se presentaban muy favorables.”

 

Las memorias de Adriano se publicó a dos años después de la fundación del Estado de Israel y del comienzo de la limpieza étnica formal de los palestinos. Aunque fuera escrita durante las décadas anteriores, cabe imaginar que la autora se sintió tocada de alguna forma por el incipiente conflicto que hoy es pesadilla para el mundo, el cual quizás viera como corroboración de sus intuiciones artísticas ya escritas, o tal vez como motivo para añadirlas. En todo caso, los hechos contemporáneos confirman la calidad profética que pueden adquirir las grandes obras artísticas, a menudo capaces de penetrar la realidad de patrones históricos con mayor acierto que la disciplina misma de la historia es capaz de hacer.

Los zelotes y sicarios de entonces son los sionistas y colonos que hoy dirigen el Estado de Israel. Ahí están los mismos patrones repetidos: intransigencia, soberbia, racismo, crueldad y violencia extremas, odio a las demás religiones, reclamos bíblicos sobre una tierra otorgada por un Dios que desprecia a quien no forma parte de su pueblo escogido. Estas actitudes, condenadas en todas partes pero permitidas a los israelíes, serán cada vez más y más extremadas. Podemos prever que, en un futuro no muy lejano, los Smotrich, los Ben-Gvr, los Netanyahu, los zelotes de hoy, llevarán a Israel a cometer crímenes y locuras mayores aún, locuras que, de permitírseles realizarlas, provocarán un conflagración nuclear. Ciertamente, el espíritu de Yourcenar, desde el ángulo que observe la realidad de hoy, debe sentirse reivindicado en su imaginación humana.




           



           

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