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  • Foto del escritorJuan Bauzá

El milagro chino



Durante los pasados 70 años, el mismo periodo que le tomó a los puertorriqueños quebrar el país y advenir a una vida más pobre y peor, China sacó a 800 millones de personas de la pobreza extrema en que los dejó el así llamado Siglo de la Humillación, trayéndolos a la vida moderna. Si la Humanidad sobrevive a estos tiempos de tanto peligros que se ciernen sobre ella, este evento será visto como una de las grandes hazañas de todos los tiempos.


El así llamado Siglo de la Humillación comenzó allá para el 1839 con la primera Guerra del Opio. Entonces, la balanza comercial entre Gran Bretaña y China estaba fuertemente desbalanceada a favor de los chinos. Los ingleses habían desarrollado un gusto exagerado por los productos chinos, en particular el té, las sedas y la porcelana. Sin embargo, Gran Bretaña no producía nada que los chinos anhelaran, por lo que los ingleses a menudos debían pagar con plata esterlina por los productos chinos. En aras de balancear este intercambio comercial, los británicos decidieron crear un producto que los chinos sí consumieran, y comenzaron a inundar de opio el mercado chino. En poco tiempo, estaba los chinos pagando en plata por el opio.


Esto, por supuesto, creó grandes problemas en la sociedad china que llevó al Emperador a restringir severamente el comercio del opio. Gran Bretaña le buscó la vuelta a la restricción y, mediante distribuidores locales, continuó con su tráfico. Burlado el mandato imperial, el Emperador declaró ilegal el uso del opio en China.


(Almacén de bolas de opio en India para ser exportadas hacia China)


En nombre de la libertad de comercio, Gran Bretaña le declaró la guerra a China para obligar al Emperador a aceptar el comercio de opio entre los chinos. En otras palabras, Gran Bretaña le declaró la guerra a China por mantener su privilegio de venderle drogas a los chinos, convirtiendo al 40% de la población en adictos. En palabras del Carl Zha, comentarista político chino, “comparado con la reina Victoria, Pablo Escobar era un niño de teta”.


Por supuesto, pese a la derrota, el gobierno imperial chino trabajó en contra de este tráfico, lo que provocó una segunda Guerra del Opio diez años después. Esta vez los británicos llegaron hasta Pekín y, a modo de escarmiento, quemaron el Palacio de Verano imperial, una obra de arquitectura china de la más alta categoría. Esta segunda guerra llevó a la atomización de China, dividida entre las múltiples potencias occidentales, incluido los Estados Unidos, que también participó de este tráfico. Las fabulosas fortunas de algunas familias estadounidenses de gran renombre, decir los Ford y los Rockefeller, así como los fondos dotales originales de algunas de las instituciones educativas emblemáticas de los Estados Unidos, como Harvard University, provinieron de la venta del opio en China.


Cuando la revolución maoísta finalmente triunfa en 1949, China era una nación paupérrima y humillada. Fue la nación que más personas perdió durante la Segunda Guerra Mundial, unos 20 millones, mayormente civiles, muchos de hambre y muchos asesinados por los japonenses en Manchuria. La situación que China enfrentaba fue consecuencia directa de las acciones de Occidente, y era de esperarse que los chinos buscaran una solución no occidental a su grave situación. De modo que, utilizando un modelo político, económico y social distinto al modelo de democracia y libertad que Occidente promulga, realizaron una hazaña de una escala sin paralelo en la historia humana.


(Complejo de apartamentos en la ciudad de Guiyang)


Observando las sociedades libres y democráticas de hoy, podemos concluir que China jamás hubiera alcanzado estos logros sin poner la necesidad de alimentar, vestir, dar techo, educar bien y elevar la calidad general de la vida material de todos los chinos, antes que la libertad de expresión y el modelo democrático. Atendidas estas necesidades primordiales de la población, el país se mueve ahora hacia un modelo de mayor participación política y libertades individuales. El resultado, la erradicación de la pobreza extrema, el país más industrializado del mundo, y la creación de una infraestructura de la máxima calidad y categoría para ser disfrutada por todos los chinos.


Las grandes ciudades del mundo de hoy ya no son ni Nueva York, ni Chicago, ni San Francisco, ni Londres, ni París, ni Berlín, ni siquiera Tokío, sino Chongqing, Guangzhou, Changsha, Shangai, Beijing, Qingdao, Shenzhen, Tianjin y otras tantas cuyos nombres todavía no nos son muy familiares.


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