Juan Bauzá
Anaudi, el topo

Algo hay en Anaudi que hace pensar en cosas, además de más pesadas, más ocultas, en acuerdos más secretos y en propósitos más oscuros y criminales que el mero casito del cuadro telefónico de la Cámara. Algo tienen esa rechonchez y ese apretujamiento suyos que, a diferencia de otros que los llevan con la dignidad y el aplomo propios de la gravedad, parece más bien una bola de cañón lanzada contra un objetivo fijo. Su cuerpo tiene esa leve línea oblonga que tienen los objetos que cuando son acelerados bruscamente, abandonando de súbito su estatismo para dirigirse a un destino prefigurado. Nada pareciera indicar que el lío en el que se encuentra fuera a tener un desenlace que él desconociera. La confianza y seguridad propia que proyecta hacen evidente que su misión secreta, acordada en reuniones innombrables en algún lugar de la calle Chardón o de alguna otra, las cuales no puede siquiera permitirse el lujo de recordar que alguna vez ocurrieran.
La libretita donde Anaudi anotaba todos sus regalos y sus sobornos disfrazados apunta a que no era él quien movía los hilos de su propio devenir, por lo que debía crear una bitácora a petición del otro que sí era quien los movía. ¿O quién, en su sano juicio, que conoce lo delictivo de sus actividades, lleva un listado pormenorizado de a quienes involucraba en sus esquemas? Puesto que sabemos que Anaudi sí está en su sano juicio, ya que participa de un juicio él mismo, sólo cabe responder que era alguien que estaba “creando” la evidencia para ser usada luego. Y no podemos alegar mera estulticia por parte de alguien que hizo un imperio económico y mandó a hacer una casa de cuatro millones vendiendo celulares. Si este fuera el caso, el tipo sabe lo que hace, y si no fuera, también sabe lo que hizo. Se trata de un acto premeditado que serviría como evidencia clase A en el caso para el cual el topo Anaudi había sido asignado. No es la primera ni será la última vez que este tipo de personajes son colocados por quienes realmente ejercen el poder, con suficiente cuidado para no romper la ilusión que se pretende crear, con la intención de alterar a su antojo los eventos políticos de las colonias.
Han sido varias las instancias en las que la Fiscalía Federal en Puerto Rico ha decidido llevar casos de alta resonancia política en plena campaña política, manipulando con ello el resultado de los comicios en nuestro país. Una cierta perfección de sincronía de las fechas en que se llevan a cabo los arrestos y luego los juicios para coincidir de manera casi exacta con los eventos electorales revela, no solo un pobre grado de prudencia, sino un grado exagerado de intención y desfachatez. En momentos cuando el Departamento de Justicia emite acusaciones contra una veintena de funcionarios y empleados públicos del Capitolio por acciones delictivas relacionadas con un esquema de corrupción que significó un robo de casi tres millones del erario público, ocurrido durante el cuatrienio anterior a este, es decir, el último del PNP, resulta muy elocuente que no hayan querido involucrarse, evidentemente porque su preferencia para gobernar el país, la preferencia del gobierno permanente de los Estados Unidos, sobre todo en este momento histórico que enfrenta Puerto Rico, será siempre el más bobo, el más maleable y el que menos le dirá que no a nada.
