Juan Bauzá
Biden o el Creso contemporáneo
Actualizado: 19 mar

Los antiguos griegos, de nuevo, esos primeros pensadores que centraron su atención en la razón humana y esculcaron los temas trascendentales, exploraron también el fascinante tema de la metempsicosis, la reencarnación, la transmigración de las almas, que se asocia con la idea del eterno retorno, el tiempo repetido, que lo que alguna vez fue puede volver a ser. Y me tropiezo de nuevo, a raíz de andar revisando los libros de Historia de Herodoto, con la historia de Creso, rey de Lidia, uno de los grandes imperios de la antigüedad, que ocupó parte de la península de Anatolia, hoy Turquía.
Creso fue uno de los personajes más ricos de la antigüedad. Según Herodoto, se decía que todo lo que Creso tocaba lo convertía en oro, o más bien que en todo lo que Creso se involucraba se convertía en una ganancia fabulosa para él. Y en efecto, llegó a poseer cantidades ridículas de oro, al punto de que muchos creen que el mito del rey Midas está inspirado en él.
Su afición por las riquezas lo llevo, por supuesto, a cometer pecados de soberbia y ambición desmedidos, entre ellos codiciar el gran imperio de su vecino, Ciro, rey de los persas. Como era también fiel creyente en los oráculos griegos, sobre todo el de Delfos, que consultaba para toda decisión de importancia, y preocupado por el desenlace de su aventura militar contra Persia, Creso acudió a Delfos para conocer de la pitia su parecer. La pitia le contestó: Creso, si mueves tus tropas contra los persas, destruirás un gran imperio. Creso tomó el vaticinio como positivo y emprendió el ataque. El vaticinio de la pitia se cumplió, un gran imperio fue destruido, el propio de Creso.
Los eventos geopolíticos actuales me hacen sospechar que el presidente Biden tal vez sea un reencarnación moderna de ese antiguo rey lidio, y que los eventos en la vida de Creso hoy se repiten con el conflicto en Ucrania. La guerra y todo lo que allí ocurre hoy es también el resultado del pecado de la soberbia y la ambición desmedida, esta vez en la forma de políticas y designios de los líderes neoconservadores que han dominado la política de los Estados Unidos. por las pasadas tres décadas. La soberbia son las políticas hegemónicas mantenidas contra todos los países desde el final de la Guerra Fría, y la ambición desmedida es el deseo tanto tiempo añejado de dividir a Rusia y adueñarse de sus recursos naturales, los mayores del planeta.
Desde el comienzo de todo este conflicto, allá para la revuelta naranja del 2004 y luego el golpe de estado del 2014, quedó evidenciado que el propósito profundo de la situación provocada en Ucrania era crear la confrontación con Rusia y destruir “el malvado imperio de Putin”. Desde la vicepresidencia primero y ahora desde la presidencia, Biden ha estado íntimamente ligado al diseño de este plan y al destino de Ucrania como su delegado en este plan que resultó ser guerra para desmantelar a Rusia.
Si en tiempos actuales existiera todavía la costumbre entre gobernantes de consultar los sagrados oráculos, y se hubiera acudido a la pitia de Delfos para saber si convenía usar a Ucrania para atacar a Rusia, seguramente le hubiera dado a Biden un vaticinio casi idéntico al que dio a Creso: Joe, si utilizas a Ucrania para atacar a Rusia, destruirás un gran imperio. La semejanza, desde luego, continuaría, interpretando Biden que el imperio a ser destruido sería el Ruso, que ni siquiera es uno. El tiempo y los acontecimientos en el campo de batalla han demostrado que el imperio que está siendo destruido es el único imperio que está aquí involucrado, el imperio de los Estados Unidos.
La contracción del 20% de la economía rusa que se predijo para el 2022 debido a las sanciones impuestas por la guerra se redujo a 2%, con expectativas de crecimiento en el 2023. El desempleo en Rusia está en 3% y los precios están bajando. Ningún banco ruso ha quebrado ni tenido que ser rescatado. En cambio, la inflación en los Estados Unidos está por las nubes, todas las economías aliadas de Europa van de picada, los cambios de regímenes ocurren entre los sancionadores, se avecina una crisis financiera para Occidente y los Estados Unidos de proporciones bíblicas, y, para completar, Ucrania está perdiendo catastróficamente la guerra.
El tiempo se repite, vuelve sobre sí. Por eso volvemos a encontrarnos en la edad clásica, repitiendo experiencias de pueblos antiguos. Se regresa a las mismas ambiciones, se repite la misma soberbia, se confrontan los mismos abismos. Parece tener razón Hegel cuando decía: aprendemos de la historia que no aprendemos de la historia.