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  • Foto del escritorJuan Bauzá

Oscar el invisible


Oscar Lopez

En días recientes, el afamado artista chino Ai Weiwei inauguró una importante exhibición en la isla de Alcatraz, compuesta por los rostros construidos con piezas de LEGO de 176 prisioneros de consciencia, la mayoría de ellos encarcelados o exiliados de sus países al momento de la exhibición. Más allá de las virtudes o no virtudes estéticas de la obra, lo que primero salta a mi atención del reportaje electrónico de la exhibición es que del total de los prisioneros representados apenas uno es de América Latina, y lo segundo es que ese uno no sea Oscar López Rivera.

Una inspección de las circunstancias que llevaron a prisión o exilio a los representados demuestra que, a pesar de las condenas de por vida de muchos de ellos, la mayoría no pasa de diez años de encarcelamiento. Además, algunos de los rostros representados son de personajes fallecidos, incluidos más por su reconocimiento que por su contemporaneidad. Ninguno de ellos tiene un historial de prisión tan prolongado, injusto y abusivo como el que ha padecido Oscar López Rivera, y aunque no ha sido formalmente torturado en la carne, su aislamiento en solitario por doce años consecutivos sin duda ha sido una tortura para su alma.

Weiwei señaló que la lista de los individuos seleccionados se basó en la información provista por Amnistía Internacional y otros organizaciones internacionales de derechos humanos, así como de la propia investigación que él realizara. Al dirigirme a la página electrónica de Amnistía Internacional me percato, para mi sorpresa, de que, en efecto, el caso de Oscar López Rivera no figura en los archivos públicos de dicha entidad internacional. Idénticamente ocurre con Human Rights Watch Freedom Now, otras dos organizaciones internacionales dedicadas a los mismos propósitos. Es evidente que algo no está encajando aquí, bien por parte de la propia entidad o entidades, o bien por parte de los responsables de elevar el caso ante su atención.

Si la razón se encuentra en la primer opción, es decir, que un prisionero de consciencia de la categoría de Oscar López Rivera ha pasado desapercibido para sus radares, habría entonces que poner en tela de juicio el prestigio de Amnistía Internacional y aceptar que se trata de una entidad poco seria, tal vez intervenida por los gobiernos poderosos, incapaz de recopilar información confiable de prisioneros políticos en el mundo. ¿O es que para Amnistía Internacional Puerto Rico, al carecer de soberanía política, carece también de consciencia y política nacional, y por tanto no tiene derecho de tener luchadores políticos ni prisioneros de consciencia? ¿O será que le han creído el cuento al gobierno de los Estados Unidos de que Oscar López es un rufián, un pendenciero, un sinvergüenza secesionista a quien se le debe tirar la llave por una cloaca? Si las respuestas a estas intrigas fueran afirmativas, procede entonces echar por esa misma cloaca a Amnistía Internacional y las organizaciones similares, y nunca volver a mirarlas sino como se mira a la basura.

Si el caso fuera porque los directivos de la campaña para la excarcelación de Oscar han fallado en traer a la atención de tan prestigiosas organizaciones su caso, uno de los más dramáticos casos de prisionero político de la actualidad, la situación manda una reconsideración urgente de las estrategias. ¿A qué puede deberse tan evidente omisión? ¿Es el miedo colonial que todos, de una forma u otra, llevamos por dentro, de provocar el enojo y la testarudez de los amos benévolos al denunciarlos frente al mundo? ¿O es la idea de que negociar directamente con el Presidente rendirá el fruto necesario, sin que la comunidad internacional tenga que intervenir de ninguna manera en aquel “asunto interno”? Si las respuestas a estas interrogantes fueran afirmativas, toca realizar entonces un importante cambio de rumbo e involucrar a la comunidad internacional en este asunto, por mucho que al Presidente, quien ya ha demostrado bastante desprecio por la causa de Oscar, le dé la chiripiorca.

Los rumores son de que Oscar está por salir, pero ninguna acción concertada puede apoyarse en rumores. El evidente desprecio y falta de remordimiento por parte del ejecutivo norteamericano ante el reclamo mayoritario de los puertorriqueños por la liberación de Oscar, hacen más que patente la necesidad no sólo de mantener la guardia en alto, sino incluso de subirle el fuego a la olla.

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