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  • Foto del escritorJuan Bauzá

La soberanía indígena

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El momento llegará, y será pronto, cuando los líderes estadistas, rendidos ante la evidencia y frustrados ante lo imposible, comiencen a hablar elogiosamente de nuestro pasado taíno. No será de sopetón, como dicen, no lo esperen de golpe; la infiltración llegará por etapas, por capas.

Primero será despejar la falsedad difundida una vida entera y regresar a la verdad histórica antes demonizada y ahora conveniente. Entre chiste y chiste y rebuzno y rebuzno, comenzarán a desmentir que fueran tan mansos los taínos. Negarán que simplemente pusieran los cuellitos en las anillas o los pechitos frente a las dagas de los colonizadores sólo porque eran de buen corazón y siempre pensaron lo mejor de aquellos bárbaros. Suavemente irán afirmando los prodigios de aquella sangre valerosa, salpicando sus actividades proselitistas con simbologías y diseños indígenas y los discursos con vocablos arahuacos.

De pronto, como por arte de magia, para fines de la nueva la doctrina estadista, dejarán de ser malvados y desalmados los indios que ahogaron a Salcedo, transformados ahora en buenos defensores de su tierra sagrada. Veremos con júbilo cómo se va apagando el culto de algunas figuras del anexionismo mientras se reaviva el culto por Agüeybaná III, el Bravo, por Güarionex, por doña María, hija de Bagnamanay, por Juana Morales, la única mujer que come pana con aguacate. Veremos a los líderes estadistas recortarse los hombres sus cabellos con dita y las mujeres hacerse trenzas. Uno a uno caerán los botones de las camisas de los alcaldes y legisladores estadistas y sus pechos quedarán expuestos para mostrar los medallones con soles taínos, mientras que las líderes anexionistas comenzarán a usar mocasines, subirse las faldas, usar abalorios e insinuar los senos. El día que escuchemos al oficialismo estadista utilizar la palabra guasábara como moto de alguna de sus campañas, sabremos que ya el cambio se dio por completo, que ya comprendieron la futilidad de su reclamo, que entró por fin en sus cerebros el entendimiento de que la soberanía política dentro de la nación estadounidense no se alcanzaría por la ruta de la estadidad, y que la única ruta que les queda hacia ella será como reservación indígena.

Y aquí comenzaremos a ver y escuchar la nauseabunda parada de las jennifergonzáleces de la vida, los apontes, los romeros y los rosselloces, asistiendo a sus funciones políticas y mítines con penachos al principio, después con las caras pintadas y al final hasta con taparrabos, que es lo que debieron usar siempre. Y para colmo penachos de indios americanos, tipo comanche, tipo sioux, tipo apache, porque hasta en eso serán asimilados. Y hablarán de la batalla de Yahuecas como de Little Bighorn, y harán peregrinaciones a ese lugar hasta hacerlo su nueva Jerusalén, y andarán con cemíes en los bultos, y cambiarán el arroz por las tortas de casabe, y entre los más jóvenes se pondrá de moda la cojoba, y dormirán en hamacas y se sentarán en dujos, y hablarán de Agüeybaná y de Caguax y de Toro Sentado como hablan hoy de Celso Barbosa, de Ferré y de Jorge Washington, hasta que todo aquel pasado antes de ignominia sea absorbido y forme parte de la gloria irredenta de la nación taína, y esta tierra que ellos mismos sembraron de cemento y vejaron con varilla sea la nueva tierra sagrada de sus ancestros, y recobre Borikén su significado original de la tierra de los hombres valientes.

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