Juan Bauzá
La deshelenización de la cultura
Actualizado: 19 mar

La deshelenización de la cultura occidental parece ser un hecho dado que anda por un rumbo inexorable. Por un efecto que podemos llamar de ricochet o ironía crónica, los grandes avances tecnológicos de la era moderna, en lugar de servirnos de plataforma hacia el futuro, han sido catapultas para dispararnos hacia el pasado remoto. Tales avances, en vez de servir de herramientas para el perfeccionamiento del pensamiento humano, han creado las condiciones para un retorno a los tiempos que podemos llamar presocráticos, cuando la opinión y la verdad andaban juntas y confundidas, cuando Heráclito aseguraba que la materia primaria era el fuego, y Tales de Mileto que el agua, y Anaxímenes que el aire, y los sofistas pasaban por maestros respetables.
El llamado método socrático surgió de los esfuerzos titánicos de este gran pensador griego y sus discípulos por darle un orden al pensamiento humano y así por combatir la influencia cada vez más perniciosa de los sofistas en la sociedad y la educación ateniense. Los sofistas, especialistas en técnicas de retórica cuyo mayor logro consistía en probar cierto cualquier argumento falso y falso cualquiera cierto, encontró su némesis con este peso pesado del pensamiento quien demostró, mediante un sistema indagatorio de respuestas que generan preguntas, que la retórica es vencible, y que sí se puede distinguir entre verdades y opiniones y llegar a una aproximación en el entendimiento de las realidades.
Habiendo el método socrático separado a sabios filósofos de charlatanes sofistas, comienzan a darse pasos gigantes en el desarrollos del pensamiento helénico y luego occidental que son hoy la base del pensamiento contemporáneo. Este importante desarrollo, del cual luego surgen la lógica y el razonamiento científico, nos permitió llegar a los entendidos comunes que nos han servido para desarrollar la civilización de la que hoy somos parte. La historia del pensamiento occidental ha sido una continuación del impulso original generado por Sócrates.
Por supuesto, distinguir entre opinión y verdad se tradujo con los años en distinguir entre libertad de pensamiento y libertad de conocimiento. La facultad de encaminar nuestras ideas hacia donde nos plazca es la llamada libertad de pensamiento individual, que, con el advenimiento de los medios de comunicación social en masa, se ha transformado en una libertad de expresión colectiva. De repente todo el mundo tiene un canal de comunicación público al alcance de la mano, es decir, todos pueden, en un instante, convertir su libertad de pensamiento en expresión pública. Con un sentido ya exacerbado de la libertad de expresión en las sociedades democráticas occidentales, la nueva libertad de expresión pública creada por los medios sociales ha pretendido transformarse en libertad de conocimiento, es decir, que la mera expresión de una idea la transforma en conocimiento. En otras palabras, epistémicamente hablando, nos hemos retrotraído a los tiempos presocráticos.
Una de las grandes victorias de Sócrates sobre los sofistas fue demostrar que las ciencias se aprenden y se enseñan, que el conocimiento no se absorbe con la mera exposición a un evento. Es decir, que una opinión, para convertirse en verdad, en conocimiento (en ciencia, como los antiguos llamaban), ha de atravesar un proceso de enfrentar razonamiento lógico y dato empírico que permita transformar lo que era opinión en conocimiento con el valor de ser enseñado y aprendido. Existe entonces en el proceso de validación de la verdad unas mecánicas de razonamiento , de lógica, de causalidad, que nos llevan a distinguir lo que es válido de lo que no, lo que es un dato corroborable y lo que es mera especulación. En ese proceso de distinción, que no es otro que de aprender, se refinan los engranajes del conocimiento. Podemos decir entonces que todo conocimiento fue en su forma original una opinión, sometida luego a las presiones de la razón, de la lógica, del conocimiento previo, hasta convertirse en lo opuesto a la opinión: verdad incontestable, conocimiento certero, ciencia cierta.
De modo que, de vuelta a aquellos tiempos, nos encontramos de nuevo con opiniones pululando entre verdades, colándose en el baile de los datos empíricos amparadas por la coraza de la libertad de expresión que las exime de ser discutidas, escudriñadas, de presentarse en el fuero de las demás ideas y aplicárseles la presión del conocimiento previo para, finalmente, si fuera necesario, descartarlas por erradas. Así que se arguye que cuestionar una opinión es un atentado a la libertad de expresión de quienes la ofrece, lo cual constituye el motor de este proceso deshelenizador, proceso en el cual los mecanismos para ir de la opinión a la verdad, de la intuición al conocimiento, desarrollados mayormente por Sócrates y sus discípulos, hoy son vistos con sospecha, interpretados como anacrónicos, como intentos de los poderosos por preservar su poder, por imponer sus ideas y perpetuar su conocimiento opresor. Triste destino le aguarda a la verdad, la ciencia y el saber en esta nueva cultura de sofistas.
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