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  • Foto del escritorJuan Bauzá

Casa-Museo José Lezama Lima

Actualizado: 16 feb


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Entrar en la casa-museo José Lezama Lima en la Calle Trocadero de Centro Habana, colindante con La Habana Vieja, es crecer uno hacia dentro, hacia el sueño. Se trata de una modesta y hasta rústica residencia, conservada tal y cual quedara al momento de la muerte de su último ocupante, aderezada con materiales gráficos y bibliográficos en las paredes y estantes que añaden al imaginario del visitante nociones valiosas sobre lo que contempla.


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Aquella intimidad lezamiana, retícula de espacios irregulares de paredes atiborradas con la memorabilia del poeta y de su vida, comunicados mediante angostas aperturas que creaban el pequeño laberinto, creo las condiciones para que se instalara en mí el fenómeno de la nostalgia allí dentro atrapado. Una especie de duelo perpetuo se siente en la casa del poeta, duelo que se incrementa al comprender las dimensiones del mundo personal de Lezama, la limitada situación en que vivió toda un vida aquel hombre que visitó el mundo entero sin la necesidad de abandonar nunca aquella humilde y estrecha instancia.


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Por una parte, celebraba estar allí, pisar donde mismo pisaron por años los pies de uno de los más admirados escritores de todas las épocas, cuya obra y escritura ha sido para mí punto de referencia obligado, motivo de relectura constante y fuente de inspiración y aprendizaje continuo.


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Por otra, una emocionada carga de pena me encorvó hacia el frente los hombros al recordar que por aquellos estrechos cuartos y por aquellas angostas aperturas comunicantes transitó por muchos años, casi como un grandioso elefante en una pequeña jaula de vidrierías, aquel hombre inmenso de cuerpo y rebosante de palabras; que sobre aquellas pequeñas sillas, en aquella limitada cama y en el apretón de aquella mesa, posó su enorme peso, lanzó su infinito sueño y comió los alimentos que al final se transformaron en los movimiento de su mano que crearon sus construcciones de arte supremo.


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Seguramente esta maquinilla puso por primera vez estas letras en este orden:

Es el alba, en su rocío

la hoja pregunta al tacto

si es su carne o cristal frío

lo que siente en su contacto.

Rueda la hoja al río

y en su engaño se desliza,

es la moneda que irisa

el curso de la fluencia.

Es la brisa, una ciencia

de lo eterno se divisa.


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Observando este retrato, en medio del grupo literario que dio pie a la mítica revista Orígenes, recordé que Cortázar destacaba una famosa descripción que hace José Cemí en Paradiso, que bien pudiera aplicarle a su propio creador. Me gusta de él, le respondió Cemí, esa manera de situarse en el centro umbilical de las cuestiones. Me causa la impresión de que en cada uno de los momentos de su integración lo visitó la gracia. Tiene lo que los chinos llaman li, es decir, conducta de conciencia de orientación cósmica, la configuración, la forma perfecta que se adopta frente a un hecho, tal vez lo que dentro de la tradición clásica nuestra se pueda llamar belleza dentro de un estilo.

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